martes, 20 de octubre de 2009

Sueños y encuentros

No sé de qué empezaría hablando con una amiga este fin de semana para que me acabara contando unas historias sobre su madre que son dignas de crónica.

Me contaba que, últimamente dormía mal, descansaba peor y tenía unos sueños bastante raros. Esto último lo tenía asumido ya que su madre es una de las mujeres con los sueños más extraños y persistentes que conoce.


Al parecer, poco tiempo después de casarse, su madre empezó a soñar con que el Pato Donald la perseguía porque quería casarse con ella. Ella le enseñaba la alianza y el Libro de Familia pero al pato le daba igual. Parecía no tener grandes problemas con la poliandria. El sueño era bastante tonto pero comenzó a resultar agobiante por reiterativo. Una noche, cuando apareció Donald con la misma proposición de siempre, echó a correr para escapar de él. Donald recortaba distancias y parecía que la iba a alcanzar cuando, hizo un quiebro que el pato no vio venir y se cayó por una ventana que había detrás. El trauma por el asesinato del Pato Donald le duró unos cuantos días.

Después de la boda llegó el primer embarazo y la temática del sueño cambio de registro. Soñaba con que daba a luz un perro y que a nadie le parecía raro. Le ponían un pijamita, unos patucos y un gorrito y todo el mundo decía:

- ¡Qué perrito más mono! ¡Qué guapo es!

A lo que ella contestaba.

- Sí, es mono, pero es que yo quería un niño...

Con el segundo embarazo pudo comprobar que la temática zoológica iba a ser una constante. En este caso soñaba que paría una merluza. Después de lo del perro ya estaba curada de espanto así que le decía al ginecólogo muy seria:

- La mitad me la pone para cocer y el resto en rodajas para rebozar.

Yo me moría de la risa. Pero la realidad siempre supera a la ficción y más si se trata de una madre. ¿A qué edad exactamente se pierde la vergüenza y se cree que los hijos tampoco la han tenido nunca? Ésta es su especialidad.

Mi amiga ha aprendido a NUNCA avisar a su madre si un famoso se encuentra en un radio inferior a un kilómetro alrededor suyo. Y tiene sus razones.

Estaba su madre un día en una tienda cuando vio a un chico que le resultaba muy familiar. Sin pensárselo un segundo se dirigió a él y le preguntó que de qué le conocía. El sujeto parecía sentirse bastante incómodo.

- Discúlpeme señora pero creo que no la conozco.

- ¡Sí hombre! Tú tienes que ser amigo de mi hijo Pedro.

- Que no señora.

- Pues entonces será de mi hija Paula. Sí, sí, de eso va a ser.

- Que no señora, déjeme en paz por favor.

- Pues de algo te conozco yo. ¿Seguro que no eres amigo de algún hijo mío?

- Que no señora. Es que yo soy político.

Y el muchacho salió corriendo despavorido.

Al verle huir, cayó en quién era:

- Anda coño, ¡el Agag!

Pero esto no es nada comparado con lo que el amor de madre le hizo sufrir a mi amiga durante todo un fin de semana en un pequeño pueblo de nuestra piel de toro.

En una escapada de fin de semana se alojaban las dos en el hotel del pueblo al que habían acudido para ver a la familia. Lo que no sabían es que ese mismo fin de semana había un festival de música en el pueblo. Al llegar al hotel, fueron a comer al restaurante. Según les servían el primer plato, una procesión de melenudos encuerados (en palabras de la madre) entró en el restaurante.

- ¡Éstos van a ser de un grupo!

- No mamá.

- ¡Qué sí! ¡Que seguro que son músicos!

Esto último lo decía mientras se levantaba y ponía rumbo a la mesa de los melenudos. Allí que se plantó y les preguntó:

- ¿Vosotros sois de un grupo, verdad?

- Sí señora. Somos los Mojinos Escocíos.

- ¡Aaaaaaaay! A mi hija le encantáis (mentira). ¡Le encantaría conoceros! Está ahí, en aquella mesa, es que es un poco vergonzosa...

Pero en aquella mesa no había nadie porque mi amiga se lo veía venir y decidió huir del restaurante. El problema es que el interrogatorio fue demasiado corto y la pillaron saliendo por la puerta.

Mejor habría sido pasar la vergüenza toda junta porque la huida hizo que el resto del fin de semana fuera una pesadilla.

Cada vez que llegaba o se iba de su habitación, cada vez que entraba al hotel o al restaurante allí había un Mojino Escocíó que le gritaba:

- ¡Niñaaaaaaaaaaaa! ¡No seas vergonzosaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Ven aquí que te voy a quitar yo la vergüenzaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Aquello sí que fue una pesadilla.

Ahora que lo pienso, igual esto es un poni.

Voy a ver si encuentro un póster de los Mojinos y, si al enseñárselo le da un ataque de pánico, es que tiene un poni como una casa.

2 comentarios:

Pasabaporaquí dijo...

Ahí te quería yo ver! Veo que apuntaste bien en la moleskine... Bueno así se entiende en qué me he convertido... pobre pequeñuel@ creciente.

Inverosímil dijo...

Ya había visto que lo estabas esperando pero hasta ayer no me pude poner a ello.

Tu madre es una Grande de España!

Y del poni yo creo que te libraste... porque ya te pilló un poco grande que si no...

Un besote guapa.