martes, 22 de septiembre de 2009

Historias de no dormir IV: despertares

Como ya ha sido debidamente documentado, Mi Santo tiene un dormir difícil. Pero eso no es nada comparado con sus despertares. Un oso polar se levanta mucho más fácilmente después de tres meses de hibernación de lo que a Mi Santo le cuesta salir de la cama cada mañana.

Pero él es muy consciente de esta circunstancia y tiene su técnica. Dicha técnica consiste en ponerse al menos treinta alarmas repartidas entre dos teléfonos móviles y el radio-despertador. Como esto no es suficiente, coloca los teléfonos alejados de la cama para que, apagar la alarma, implique levantarse de la cama.

Pues ni por esas.

Todas las mañanas me sorprendo a mí misma con el típico “Veeeeeeeeeeeeeeeeenga” que ya me sale clavadito al de mi madre y me da chungo de solo oírme porque se ha acabado el repertorio y el niño sigue en la cama.

Yo suelo levantarme un poco antes por lo que el festival suele ocurrir mientras que estoy en la ducha, pero una no es de piedra y también le tira la almohada de vez en cuando. Esos días soy espectadora de primera fila.

Uno de los teléfonos empieza a sonar. Cuando ya ha despertado al vecino del cuarto, se levanta, lo busca, lo encuentra, lo apaga y vuelve a la cama.

Lo mismo con el segundo teléfono.

Entonces llega la sirena del Queen Elisabeth en forma de radio-despertador. Juro que cualquier mañana lo tiro por la ventana. Se encarama en la cama, tira al suelo el libro y la botella de agua que están por en medio, encuentra el parato, encuentra el botón para apagar la alarma y la apaga. Todo esto sin soltar los móviles, uno en cada mano. La verdad es que tiene mérito.

Y entonces llega el recital de alarmitas de teléfono. Como se pone unas quince a intervalos de dos minutos en CADA teléfono, la cosa dura un rato.

Al final de toda esta agonía suele levantarse.

Pero hay mañanas que son mucho más entretenidas. Y todo es culpa de la manía de los fabricantes de aparatos electrónicos de hacerlos cada vez más pequeñujos. Hasta el punto de que nos vamos a tener que sacar punta a los dedos para acertar con los botones. Es que en casa todavía no somos de esos de tocar la pantalla y que pasen cosas.

Esta mañana, a la quinta o sexta alarma apagada empiezo a escuchar una melodía familiar.

- ¡Que me aspen si no tengo a P.J. Harvey y Thom Yorke cantando en mi habitación!

Pero no. Es el reproductor de música del móvil de Mi Santo.

Nos volvemos a quedar traspuestos.

Me despierto con la alarma y al rato escucho el típico “tuu tuu tuu” del final de una llamada. Será mi imaginación. Suena otra alarma y escucho un lejanísimo “Holaaaa?”.

En esta habitación hay demasiada gente. Que alguien me explique qué hace mi amigo Nacho en mi cama.

Consigo arrebatarle el teléfono de las manos y compruebo que en efecto estamos en comunicación con Nacho. Me pregunta que qué pasa bastante asustado. Le explico que es Mi Santo que está dormido y lo entiende. Me dice que a la cuarta llamada ya creía que había pasado algo y por eso había contestado. Después se caga un poco en nuestras muelas porque son las siete de la mañana y él vive en Londres lo que al cambio viene a ser… demasiado temprano.

Habrá que añadir a la rutina una última llamada a un número inexistente que ya sólo me falta que Telefónica saque tajada del asunto y mis amigos me dejen de hablar.

2 comentarios:

elhombreamadecasa dijo...

Podíais probar con el despetador de Bob Esponja.

Inverosímil dijo...

¿Y eso qué hace? ¿Moriré yo de un pasmo? Cuenta cuenta!